Es curioso como ciertas decisiones cambian el curso de nuestras vidas, es como jugar con esos pequeños bloques que al ensamblarse crean diferentes estructuras, la diferencia es que no se puede comenzar de nuevo. Lo hecho, hecho está y aunque muchas veces quisiéramos rebobinar el tiempo esto queda como una fantasía una ilusión y nada más. Y es que cuando se da de más es equívoco y dar de menos es erróneo pero ¿cómo saber cuándo y cuánto dar lo que es debido? Me parece que la respuesta te lo da el tiempo, la madurez, las experiencias. ¿Cuántas veces escuchamos consejos de las demás personas y no los comprendemos? Creo que nadie experimenta en cabeza ajena pero un consejo dado en cierto momento de la vida, a menos que se esté pasando por cierta situación, es sumamente difícil de comprender. Como dice el poema de William Ernest Henley titulado Invictus “I am the master of my fate: I am the captain of my soul” y sin embargo nadie nos enseña a ser capitanes de nuestra propia vida, no hay libro o enseñanza que nos haga aterrizar y nos muestre de manera vívida lo que existe en nuestras almas siendo éste el viaje más importante de cada uno. Es verdad que a través de las experiencias uno aprende y que de los errores es cuando uno “abre los ojos” ante ciertas situaciones, pero lo que no se comprende hasta en el momento es que estos errores te marcan y van dando las pautas para acciones futuras, existen errores que laceran, otros que perturban, otros que enriquecen pero todos perduran. Es de humanos cometer errores, es cierto, pero es de humanos también el permitir que ciertos errores nos esclavicen, por lo que se necesita sabiduría para no caer en ellos, pero se necesita aún más que eso para no persistir en lo mismo; he ahí la clave para no dañarse y tal vez un elemento importante para alcanzar la plenitud y si se cree en la religión católica un escalón más hacia la santidad.